sábado, mayo 25, 2013

Próxima estación, Talca.



En el último vagón del tren, sentada en el suelo y con mis ojos que casi se cierran, he dejado de pensar y observo. Solamente observo.

Pasillos llenos, hasta donde mi vista alcanza veo unas 20 personas de pie. Otras tantas como yo, sentadas en escalones, el suelo, acomodadas entre bolsos, cajas, mochilas y sacos de dormir de un grupo de chicos que no deben tener más de 16 años. A decir verdad, son los únicos que se escuchan hablar y reír, pese a estar de pie entre la muchedumbre. Sus bolsos denotan que alguna aventura les espera.

Al doblar mi cara y cambiar la mirada, una joven apoyada en el respaldo del asiento que no alcanzó a ocupar, está con su notebook abierto. No es difícil captar que chatea con facebook con a lo menos cuatro personas. Se sonríe a cada momento y se nota totalmente abstraída de lo que pasa en el resto del tren.

Un poco más allá, un joven se sonríe leyendo su celular. Dedos ágiles se mueven sobre el teclado touch, ha de estar escribiendo algún mensaje a quién sabe, ¿un amigo? ¿su polola? ¿algún familiar? Alzo mis ojos un poco más allá y no es el único que va pendiente del teléfono, a lo menos seis personas más van abstraídas en sus celulares.

Al fondo del tren, del carro del tren, una mujer carga en su regazo una guitarra. Desde donde voy no escucho sus melodías, pero toca arpegios mientras sus ojos cerrados evidencian concentración en su música, que sólo ella escucha. Hay movimiento en la gente. Muchas han tomado sus bolsos, otros tantos se han parado y se acercan a la puerta. El tren comienza a detenerse. Es la primera estación.

Aprovecho el recambio de pasajeros para sentarme en un asiento que ha quedado vacío. Al sentarme, noto que el cielo gris con el cual me subí ahora esta pintado de negro, y a ratos se ven destellos naranjos, rojos y amarillos de una ciudad que acompaña el sonido de los rieles bajo el peso de las ruedas. En algún momento del viaje, entre sueños divisé el cielo enrojecido... atardecía tras las personas y bolsos y yo apenas lo noté.

El vagón ahora ha quedado más desocupado. Mucha gente duerme, otros con audífonos (al igual que yo) van en un viaje de divagaciones, miradas perdidas más allá de donde otras personas pueden penetrar.

Me sorprendo sin embargo, al ver que no soy la única con lápiz en mano. Una joven, concentrada con una hoja en sus manos, escribe lo que parece una carta. Como esta que redacto yo, con la diferencia que la mía no tiene ni tendrá nunca remitente.

Frente a mi un hombre (ni joven, ni tan mayor) lee el diario del día. Comenta con quien le acompaña alguna noticia que yo no alcanzo a escuchar por la música que sobre mis oídos ha silenciado el mundo exterior. Sólo la vista me conecta al submundo que encierran los fierros y ventanas del vagón.

Sin quererlo, algo atrae mi atención hacia fuera de la ventana. Un resplandor sobre la oscuridad exterior. Al mirar, descubro para mi deleite una luna intensamente llena, amarillenta, con sus cráteres completamente definidos, y un baño de luz que desciende sobre algunas casas, árboles y valles que se dibujan tras los cristales. 

Vuelvo nuevamente la vista a las personas que viajan junto a mi esta tarde. Personas completamente desconocidas compartiendo un mismo viaje con destinos tan diversos.

Ahora que ya he observado varios cuartos de hora, inevitablemente son pensamientos los que agolpan el impulso de mi mano...

Un vagón para cobijar a lo menos cincuenta mundos que no se cruzan. Conviven por un par de horas pero que viven sus individualidades, cercadas por un asiento de distancia. Algunos más generosos, compartidos en grupos de amigos o familias, los menos para ser honesta.

¿Cuántas pensamientos, recuerdos, penas, alegrías, proyectos, canciones o simplemente ideas inconexas habrán surgido de todos esos mundos cercados?

¡Que maravillosa y al mismo tiempo temible individualidad cargamos a diario!. Y hoy yo he sido una más dentro de muchos que se subieron a este tren, y sin ánimo de interactuar, se puso sus audífonos al remanso de melodías amadas y simplemente se encerró en un silencio total mientras el viaje llegaba a su fin.

Aparecen nuevas casas, una nueva ciudad y alcanzo a oír: próxima estación, Talca.
Aquí encontrarán parte de mi historia, parte de lo que soy, algo de lo que vivo día a día...