jueves, mayo 14, 2015
En una isla
Muchas veces viviendo en Talca, rodeada de gente, de familia, de amigos, de ruido, quise aislarme sumida en un mundo a veces poco comunicativo. Llena de penas calladas, de palabras y pensares nunca dichos. En esos momentos oscuros muchas veces pensé en huir a algún lugar tan lejos en el que ni siquiera yo me encontrara. Ser una ermitaña decía...
Tal vez fueran esas ganas de escapar mezcladas con mis sueños de trabajar en una realidad radicalmente diferente a la que ya conocía las que me movieron a irme literalmente a una isla.
Han pasado las semanas y muchas de las cosas que alguna vez dije o pensé han cambiado radicalmente. Porque de la única persona de la que pretendí escapar tantas veces, es precisamente de la única que no puedo separarme: yo.
Aislada físicamente de todos los que quería, tuve que aprender a encontrar en mi mundo interior el abrazo que añoraba, la palabra de aliento que antes encontraba en mi familia o en un buena amiga, el orden que nunca quise afrontar en la comodidad de mi hogar.
En medio de un llanto mudo, en medio del silencio de un lugar en el que nadie, absolutamente nadie podía llegar, descubrí que no estaba sola, nunca lo estuve y probablemente nunca lo estaré. Pero era necesario vivir el desarraigo de la piel para entender que es prácticamente imposible que el amor de otros llene el espacio que debe ocupar el amor que sólo tú puedes darte.
Entonces, en una isla en la que a veces lloro sintiéndome brutalmente lejos de los míos, pensando en la cantidad de horas que me separan de ellos, de sus abrazos, he ido aprendiendo lentamente a querer esta soledad en la que he visto mi realidad de frente y aceptar quien soy en solitario.
Ha sido una linda navegación entre los mares internos llenos de calmas y tormentas. Un viaje en el que he vuelto a respirar calma, donde me ha abrazado la naturaleza verde, azul y café, donde me he reencontrado con el placer de leer, de cantar, de fotografiar, de pintar, de escribir. Simplemente dejar sentir lo que mi alma siempre inquieta quería expresar.
Y en las sonrisas de unos niños tímidos, transparentes e inocentes he vuelto a la fuente de mi vocación, esa que a ratos perdí en el ajetreo de una ciudad que me consumía por el estrés. Sigo soñando, como siempre... pero con nuevas ilusiones y desafíos que se convierten lentamente en una nueva fuerza que me hace seguir.
He oxigenado mi vida, y al mismo tiempo me he acercado a quienes teniendo tan cerca de pronto había alejado. Y eso me hace sentir feliz, incluso cuando lloro con la pena de saborear los días solitarios. Porque se que es una soledad sólo física.
Por ahora siembro cantares e ilusiones. Ya llegará el momento de ir observando como sale esta nueva cosecha que he comenzado ahora en una isla, a difíciles 18 horas del lugar que siempre fue mi mundo.
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