Y me vi caminando con un ramo de flores en mis manos, con la guitarra, la mochila y una cámara de fotos. Caminando con la brisa fresca de agosto sobre mi rostro y un caudal de sensaciones desbordantes que intento explicar... todo a raíz de lo siguiente:
Hoy se presentaron siete coros en una capilla que estaba llena de gente. Seguramente padres y familiares de los coralistas... ¿¿150 niños aproximadamente??
150 vidas infantiles y adolescentes marcadas para siempre por la magia de la música. Amada música. Bendita música.
Tras esos coros siete personas trabajando por dar una oportunidad de canto a esos niños sedientos de melodías. Muchos de ellos amigos y conocidos míos, de los cuales tengo el recuerdo de haber compartido juntos partituras corales en distintas etapas de mi vida. Etapas en las que yo era una de las que se paraba nerviosa tras los brazos del director, pensando en recordar mis líneas melódicas, y con ellas todo lo que se nos había indicado: forte, apianar, sentir, pensar, más alto de lo que creemos... Para finalmente cantar y simplemente dejar llevar por lo que sentías. Dejar fluir sin miedo a que aflorara todo lo que sentías en el momento.
La música marcando vidas.
El canto abriendo surcos a los proyectos personales y colectivos.
Y luego del canto, los abrazos de niñas felices de haber disfrutado un momento de escenario. Sonrisas de niñas que te transportan a un espacio lleno de los momentos previos donde creías que nada de lo que decías era recepcionado... o al menos eso creías. Ahí, sólo ahí entiendes que tus palabras no fueron en vano. Que lo que quisiste transmitir no llegó a tierra seca. Porque en el momento floreció y de la forma más pura que puedes sentir.
Simplemente te emociona. Y lloré al sentir una de las letras que cantaban mis niñas: "y será este mundo mejor, si hubo quien despreciando el dolor, combatió hasta el último aliento..." y no por escucharlas, sino que porque sus caras, sus cuerpos, todo lo que brotaba de ellas decía que realmente sentían lo que estaban cantando. Sentir que esas líneas cobraban sentido en mi propio andar. Mi trabajo cobrando sentido real.
Pasaron tantas imágenes, momentos, personas, proyectos, sueños... tanto por mi mente. Simplemente las emociones fluyeron. Y me emocioné en lo sencillo y en lo imperfecto. Pero en esa imperfección vi el rostro emocionado y entregado de mis niñas. Mirando mis ojos, sintiendo, transmitiendo.
¿Es necesario más?