Mi mente navega entre mares de aguas dulces, dulces gracias a la compañía eterna de un rostro de mujer alegre, espontánea, perseverante y leal a su discurso.
Crecí a su sombra. El sol alumbraba su cara y yo sólo quería alcanzar esa luz. Soñaba en silencio el poder ser más su silueta que su simple sombra. Y es que pese a que caminamos juntas entre los cubos de madera pintado con colores, entre los columpios con trumao y los patios de un colegio con música, mis ojos de niña admiraban sus sonrisas cotidianas y las sentían inalcanzables de imitar.
Los árboles cambiaron tan rápido y tantas veces sus ropas, que no alcancé a darme cuenta cuándo ya no quise ser más su sombra (en realidad nunca lo fui), y no aspiraba sus rayos de sol. Fue cuando entendí el milagro de ese lazo, un amor tan fuerte que mezcla admiración, entrega, paciencia, música... Quería mis propias luces, pero nunca lejos de sus manos, de sus risas.
Siento que nunca podré alcanzar a entender el misterio de la sangre que une tan fuerte dos vidas. Son componentes que la nuestra no tiene, y que necesita todos los días para poder sentirse completa.
La quiero como nadie puede explicar. La necesito para saber que pese a la distancia, existe un trozo de mi vida que amo y me ama. La extraño entre los cuadernos diarios, pero cuando eso se vuelve en pena recuerdo sus palabras entre los abrazos de enero: "... no me eches de menos... voy y vuelvo pronto..." Pero por sobre todo la siento en cada parte de mi personalidad que creció con ella.
Hoy recuerdo el milagro de la vida y agradezco la mano superior que nos juntó en la misma casa llena de cariños. Te amo cada día, y el abrazo es tan grande que cruza países y mares... así de grandes son nuestros brazos... siente con cariño este feliz cumpleaños que te doy cantando a través del viento de sur a norte.