“Había una vez un país muy lejano donde había una princesa en un castillo lleno de oro”... muchos habremos crecido toda nuestra infancia escuchando cuentos que comenzaban así. Y fuimos felices con ellos, soñábamos con tener la vida de ellos y los finales felices que nos hacían dormir tranquilos.
Los cuentos son sin duda un arte que nos entrega en colores un mundo de sueños que en la vida real son monocromáticos. Sin embargo la mayoría de éstos viven en lugares tan lejanos a nuestra realidad, que al crecer y darnos cuenta que esos países no existen, nuestros días de infancia se tornan un poco melancólicos al querer recuperar parte de esa vida que existía tan palpable en la imaginación.
Ese abandono repentino de nuestra mirada inocente sería menos dura si fuésemos capaces de pintar de colores más vivos realidades más cercanas. Tenemos que viajar millones de kilómetros para soñar que existe un lugar perfecto, tenemos que imaginar países inexistentes para imaginar un final feliz. ¿Por qué? ¿Por qué no puede existir en Chile un lugar en sepia al cual dibujarle un arco iris?
Geográficamente nuestro país es tan variado que poseemos casi todos los paisajes que en el mundo se reparten. Paisajes diversos son sinónimo de gente diversa. Pampinos bajo el sol del desierto, pescadores con redes en el mar, gente de ciudad entre cementos, campesinos entre sembrados y árboles frutales, arrieros entre montañas con sus caballos, tejedoras con telares entre sus dedos...
Tanta vida en silencio, rica de momentos simples pero tan llenos de significados. Sin embargo, pareciese que lo más fácil para la imaginación está lejos de nuestra vida cotidiana... que tonta teoría.
A veces nos falta saber sentir las palabras que nuestra tierra nos dice, escuchar la sabiduría de la gente que en silencio labra la identidad de este país. Gente que vive su día a día escribiendo cuentos con sus infinitos conocimientos del suelo que nos da vida. No quiere decir que por ello sus vidas sean más valiosas que la de otras personas, sino que lo que quiero expresar, es que sus cantos están menos contaminados que la de otras voces que están mezcladas con la llamada globalización, situación que nos lleva inevitablemente a las historias de esos países lejanos que escuchamos en nuestros días de infancia.
Si algún día somos capaces de mezclar nuestra rica historia humana que crece en esta tierra con la justa medida de imaginación e inocencia infantil, creo que habrían más cuentos capaces de mantener viva la mirada de niño que perdemos a veces tan tristemente. Y podríamos encontrar libros llenos de colores que dijeran: “Había una vez, en un país muy bonito llamado Chile...”