Tu reflejo se asoma y múltiples aristas puedes observar al desnudarte ante la autocrítica.
Entonces frente a ti, descubres como no basta con lo que eres.
La arista laboral... donde fallas pese a todo lo que crees dar. Y fallas en el momento en que te das cuenta que hay personas que sufren por algo que no hiciste a tiempo, fallas en tu incapacidad de ser empática, por no tener la capacidad de actuar correctamente.
Y duele. Sufres porque te das cuenta que eres insuficiente para dar el espacio necesario para que esas personas que están a tu cargo, puedan desarrollarse correctamente. En lo poco que sentías estabas haciendo bien, estás fallando.
Lo más difícil de asumir es que sientes que estás dando todo lo que hay en ti. Que estás entregando el máximo de tu capacidad, que actúas como sientes que es correcto, intentas ser coherente y trabajas dando lo que en tus manos está. Entonces te das cuenta de la verdad, si estás dando lo mejor que crees que puedes dar, es porque simplemente ya no eres capaz de asumir los nuevos desafíos.
Quedas entonces ahí, frente a ti, mirando sin maquillajes esa realidad que no entiendes, porque siempre pensaste que si dabas con esfuerzo y cariño lo que estaba en ti, las cosas resultarían. Pero no era así. Ya no es así, nunca más será así.
Callas.
Y te alejas del espejo. Porque te quedas sin fuerzas para mirar las otras aristas que tiene tu vida, porque ya sabes que lo que encontrarás no es mejor de la que acabas de observar.
Miras de reojo el espejo.
Vacío.
Sólo eso ves ahora. No muy diferente al si estuviese sentada frente a él.
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