Dentro de los muchos juguetes que recuerdo con especial cariño y que siempre me han cautivado son los remolinos. Tal vez porque me llevan a mi infancia pero también a mi presente. Nunca he dejado de gustar de ellos, la sensación de colores bailando al son del viento me atrapa y la sensación de estar entre verdes plazas, aire libre, risas, barquillos y algodones me alegra.
Eso hasta que llegó a mi vida la historia de un remolino en particular. Ahora además de todo lo que antes describía, se une otro recuerdo que se hace palpable en este remolino: uno verde y morado.
Y esta es la historia...
Era un día domingo especialmente feliz para mi y mi gente. Mi hermana que hace ocho años vivía fuera de Chile estaba de regreso con nosotros, con mi cuñado y mi sobrino. Nos levantamos y fuimos a misa, a esa capilla donde crecimos, donde siempre llegar es un agrado porque te topas con rostros de gente querida, que se alegra de saludarte, una comunidad donde uno se siente familia. Más aún cuando quien la dirige es alguien que te hace sentir parte importante de ella.
Compartimos esa misa emocionados de poder estar junto a mi hermana nuevamente, y casi al finalizar la eucaristía, la encargada de Comunidad, se puso de pie para realizar una acción de gracias muy especial. De pie frente a todos, agradecía a Dios la oportunidad de dar la bienvenida a mi hermana y su familia. Con un "discurso" que fluía como siempre en ella, logró calar hondo en quienes disfrutábamos de esa llegada anhelada. Sin egoísmos nos regalaba un mensaje donde la sencillez, la cercanía y el cariño se hacía presente en cada palabra. Al finalizar, invitó a pasar adelante a Ruth y a Oscar y les dio un regalito (gesto habitual en ella). Y a Eloy, mi sobrino de 4 años, le entregó en un abrazo 3 remolinos, los que iluminaron de inmediato su rostro.
Mi sobrino con sus remolinos. Simplemente feliz. Llegamos a casa, y los ubicó en un macetero de la cocina. De vez en cuando jugaba con ellos, luego los dejaba ahí como un tesoro... quién diría que se transformarían en eso. Pero no sólo para él, sino que para todos los de la casa.
A los tres días de ese lindo momento vivido en comunidad la historia dio un vuelco inesperado, que marcó profundamente a todos quienes compartimos esa misa.Y claro, si resultó que esas palabras y esos "engañitos" habían sido el último gesto compartido como comunidad cristiana con quien nos había acompañado como la "madre superiora" durante muchísimos años. Ella, la mujer que guiaba desde una sencillez impresionante el quehacer de toda una capilla, se había ido. Mi fe me dice que a un lugar mejor, a disfrutar de ese reino en el que siempre creyó, y por el cual trabajó, dio su tiempo y vida. Pero cuesta entender la fe cuando el dolor de una pérdida de alguien que ha sido importante en tu vida, incluso más de lo que pensaste, se presenta, y así, de forma imprevista...
Quedaron entonces en el macetero de mi casa tres remolinos, los que desde aquel miércoles cobraron nueva historia. Eran el recuerdo de ese último domingo celebrado junto a la Señora Eliana, y el último detalle que tuvo con alguien de la comunidad públicamente. El último de muchos... porque coincidió que fue un gesto con mi hermana, pero como aquél detalle tuvo muchos desde siempre. Porque a sus ojos siempre había algo que agradecer a Dios y alegrarnos como familia cristiana: un cumpleaños, un aniversario de matrimonio, el día de la madre, el día del niño, Santa Cecilia donde nos llenaba de chocolatitos y palabras bellas a los dos coros, el aniversario de diaconado de mi papi, una misa preparada por los grupos de catequesis. Para ella todo era un motivo de agradecimiento, nunca faltó en su sensibilidad una palabra de la que nos nutríamos y aprendíamos cada domingo. Una de sus muchas enseñanzas que aprendimos a través de sus actos: el valor de lo sencillo y de la gratitud. Y es que parece que en cada cosa pequeña ella nos hacía sentir que estaba la felicidad más genuina.
Que gran mujer la que tuve oportunidad de conocer y querer. Cuán importante en la vida de tantos que quisieron acompañarla cuando llegó el momento de despedirla. Cuántos cantos quería regalarle para agradecer simplemente el hecho de haber conocido a alguien tan excepcional como ella.
Entonces el remolino... porque por el remolino surgió todo esto...
Luego de unos días realmente tristes, nos juntamos el domingo en la capilla nuevamente. Un domingo difícil, donde la ausencia física de nuestra "madre" se hacía más presente que nunca. Rezamos, cantamos, lloramos, comulgamos. Todo en torno a esa mesa que ella siempre preparaba. Y cuando terminó la misa, mi sobrino Eloy, con la certeza que sólo puede tener un niño que no cuestiona su fe, preguntó ¿dónde está la Señora Eliana? Y ante la respuesta: "ella murió, está en el cielo ahora", partió corriendo al altar, y a los pies de la imagen de la Virgen, en uno de los floreros, puso uno de sus remolinos y dijo: "este es para ella, la Virgen se lo va a entregar. Porque ella no está muerta, ahora está resucitada".
Y quedó el remolino allí, y cada día que voy a esa capilla el remolino está junto a la Virgen, y me recuerda a esta mujer que al igual que mi sobrino tengo la certeza está disfrutando de ese reino por el cual trabajó toda su vida. Porque como dijo un curita esos días de dolor... ¿si no está ella en el cielo, quién llega entonces?
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Con cariño, esta historia para la Señora Eliana Roco, una mujer excepcional que recordaré siempre, y para su familia que tuvo que compartirla siempre con su otra familia, la Comunidad Cristiana de Nazareth.