Siempre he creído (y espero mantenerme así) que si hay algo de lo que nunca me avergonzaría sería de mi historia. Y es que muchas veces he escuchado a gente que sus fotos de niño las esconden y las guardan como algo prohibido que no deben mostrar nunca. En cambio yo cada vez que puedo saco mis álbumes de fotos y las muestro como gran tesoro. Y es que creo firmemente que uno es lo que ha vivido cada año de su vida. Negar una época por ridícula que parezca es negar la propia personalidad y tu historia. Mi historia no tiene nada de espectacular, pero son recuerdos y alegrías que me hacen ser como soy hoy.
Una casa llena de música siempre, con la figura de mis padres y hermanos rondando, con muchos juegos inventados en el momento: los cubos, las casas que armábamos con el pancho y decorábamos para los monitos chicos... Yo lo pasaba de verdad bien. Y las vacaciones era un goce para nosotros, no recuerdo un verano que mis papás no nos hayan sacado al campo o a la playa. En Vilches, sin agua nosotros sólo jugábamos y quedábamos cochinos hasta el fondo de los ojos con trumao, y sagrado la visita al río, que aunque fuese largo el viaje igual nos llevaban para hecharnos en remojo un poco. Claro que en la playa era otra historia, no nos encochinábamos tanto y lo máximo era escuchar el cuento de tarzán relatado por mi papi, o esas sopas de los choritos que sacábamos en las mañanas... Por eso yo nunca podría ocultar mi infancia, época feliz, alegre, llena de ropa sucia y heridas en las rodillas... pero no me imagino como hubiese sido si no hubiese tenido esos días llenos de recuerdos alegres. Si alguna vez alguien se acerca a mi tendrá que conocerme desde esos días, o tal vez incluso de antes, porque como dice el título de este espacio, nada de qué avergonzarce.