Luego de algunas horas (horas medidas en el reloj de Dios), algo bajo una tierra más áspera comenzó a moverse. Se detuvo el Señor a mirar que sucedía. Entre algunos gemidos de esfuerzo, algo intentaba salir en ese lugar. La tierra estaba difícil de roer, pero maravillado veía como el movimiento no cesaba. Se preguntaba qué semilla sería la que intentaba con ansias salir y brotar. Pasaron las horas, y luego de muchos intentos, la tierra se abrió y unas claras hojas salieron buscando la luz... unas hojas que sólo anticipaban la llegada de una hermosa flor, que poco a poco se iba mostrando.
Pasaron los días y la lluvia comenzó a regar sus raíces, pero así también comenzaron a azotar vientos que amenzaban con quebrar parte de su tallo. Pero bien sabido es el dicho que afirma que a nadie le toca algo que no puede superar... y sin importar lo fuerte de los vientos, la pequeña flor supo mantenerse en pie para continuar respirando.
Al poco tiempo sus ropas se llenaron de colores, y si bien no era una dama que acostumbrara acariciar a los insectos que llegaban a sus hojas, se encargaba siempre de acomodarse para que éstos se sintiesen cómodos antes de emprender su vuelo otra vez. Recogía el agua del rocío y la regalaba a sus visitantes, cada vez más numerosos. Y es que el viento se encargaba de soplar las cualidades especiales de esta flor en cada espacio del jardín.
Y entre cantos de vida, su gran corazón supo botar semillas a la tierra. Y en tiempos distintos, comenzaron a crecer a su sombra, flores con otros colores pero alimentados de su propia agua, al pie de su tallo.
El viento siguió azotando, pero ni él ni las aguas turbias, lograron deshojarla. A veces gotas amargas caían de sus pétalos, por dolores que otras flores de su mismo jardín le provocaban al cuestionar sus actos. Pero así como para nacer y crecer había tenido que trabajar duro, ahora lo seguía haciendo para superar esos momentos tristes. Y tomaba las hojas de esas otras flores nacidas de sus semillas, y comenzaba de nuevo a levantarse al son de la brisa del amanecer...
Porque cada día doy gracias por ser tu hija, y no importa que piensen los demás, sé que tu forma de querer es diferente, y yo la entendí así, y no la quiero de otra forma. Y en este día de la madre, sólo quería decirte cuanto te amo en todo lo que vivo, y que quienes en verdad te amamos nunca cuestionaremos tu forma de querer.
Tu semilla cayó en buena tierra, y eso debe bastar para que seas feliz...